Música tradicional de Sinaloa, México
LA TAMBORA, ALMA Y EXPRESIÓN DEL SINALOENSE
Por: Miguel Ángel González Córdova
La provincia mexicana, fuente de riquezas y de necesidades, semillero de trabajo y de significados valores humanos, extiende los lazos invisibles de un arraigo imperecedero ante los recuerdos de la infancia o de las primeras inquietudes, en los que surge la entrañable presencia de las costumbres, de las tradiciones y también, muy frecuentemente, de la música regional.
El recuerdo suele ligarse a una melodía, a un corrido, a una expresión musical que nos hizo cantar en la escuela, que acompañó nuestras emociones en las serenatas o que enmarcó algún momento ingrato.
“El sinaloense es, entre los mexicanos, uno de los que mayor arraigo manifiestan hacia la tierra natal. Cuando la vida lo sitúa lejos de su Estado, mantiene, al paso de los años, un paréntesis devoto de añoranza por las costumbres y las personas, hasta por los platillos regionales que gustó desde niño; y vibra, con reprimida o extrovertida emoción, cuando escucha la «Tambora«”.
“La tambora sinaloense es una de las expresiones más puras de un innato sentido musical. Cuando los dedos encallecidos del campesino oprimen los émbolos de la trompeta, guían el brazo del trombón, se deslizan en el clarinete, producen el redoble de la tarola o el golpe preciso del bombó en la tambora; cuando el aliento serrano genera el sonido grave de la tuba, se está operando una exposición admirable de empíricas facultades”.
Actualmente hay tamboras cuyos integrantes han adquirido los conocimientos musicales que los constituyen en profesionales de su ramo. Ha habido sofisticamientos en algunas bandas que incluyen instrumentos no tradicionales, lo cual les dá categoría de orquestas. Son conjuntos musicales de reconocida calidad, pero han dejado de ser tamboras, han perdido su característica regional. No son estas orquestas a las que queremos referirnos.
Queremos hablar de la auténtica tambora sinaloense como aquella cuyos integrantes nunca han recibido la capacitación del pentagrama y, sin embargo, muestran en cada ejecución una disposición natural al dominio de sus instrumentos.
¡Qué buenos piteros, oiga!… El «Nino Perdido» llora en el lamento de las trompetas hasta que se produce el encuentro y la tambora toda festeja en eufórica rúbrica.
«Los caballos que corrieron no eran grandes ni eran chicos»… Grita la campiña rememorando una fecha que se convierte en música.
Bajo el sombrero de palma se produce la transición del aliento que busca los recovecos del metal para salir convertido en grito, en súplica, en lamento, en canto.
La tambora así. es murmullo de olán de almidonada falda, es desplante bravío de un pretendiente, es página memorable de la vida rural.
El pie campesino marca el ritmo y el huarache se despega y se asienta con golpeteo de metrónomo sobre el piso. Todos saben su parte, precisos en los espacios. Y cuando improvisan imponen a sus ejecuciones la disciplina de un arreglo musical preconcebido instintivamente.
Esta es la tambora sinaloense. Expresión que ata y arraiga y hace vibrar los recuerdos y las emociones.
Desde luego que todos tienen derecho a superarse; y en música los conocimientos líricos forman al profesional. Pero en el caso de la tambora campesina, el empirismo viene a ser un toque de autenticidad y la maestría de sus integrantes, un valor inadvertido de sentimiento y de verdad.
“LA TAMBORA” DE DON ENRIQUE PÈREZ ARCE
El poeta sinaloense, nacido en el mineral de El Rosario, licenciado Enrique Pérez Arce, pintó con gran colorido lo que es y significa la tambora para el sinaloense.
Por los arroyos del rancho,
entre mucho sombrero ancho
y entre mucha yegua mora,
la «palomilla» de Pancho
trae de «gallo» la tambora!
La «tambora» en esta tierra
es la banda primitiva;
es la música nativa
que el alma del pueblo encierra…
¡ Música de amor y guerra
de una raza pensativa!
La tambora canta amores,
y esperanzas, y dolores;
con un «aire» campesino
va requiriendo los ojos
negros, los labios rojos,
y las trenzas enfloradas
que han sido botín de enojos
resueltos a puñaladas!
¡Entre el misterio de la hora
suena y suena la tambora!
Si la llevan a las citas
de las muchachas bonitas
en albas tibias y bellas,
a la luz de las estrellas
preludia «las mañanitas»
si el galán es desdeñado
«por tahúr y enamorado»
entonces suele tocar:
«¡Yo soy el abandonado!»
Y en época de elecciones,
en las «manifestaciones»
del triunfo o de la derrota,
entre gritos y ovaciones,
balazos y maldiciones
toca la «¡mamá Carlota!»
Tambora agreste y ranchera,
mexicana y soldadera,
que por montes y por llanos
convoca a los mexicanos
a defender su bandera!
¡Aspera, pero marcial
es su recia vibración
eco grave y musical
del estruendo del cañón
que retumba en nuestras dianas
y en nuestro himno nacional!
¡Ella y las revoluciones
en belicosas acciones
de villas y de ciudades,
saludando libertades
siempre unieron sus canciones!
El cuartel, el campamento,
y el pueblo, con ansia viva
sienten y aman la nativa,
estruendosa y primitiva
música de viento.
Tomado de: Presagio, Revista de Sinaloa; número 1, página 23.
