Poesía sinaloense
SINALOA, IMAGEN CRIOLLA
Por: José Octavio Ferrer
Tu que en «taste” que trazó el destino
gustos airosa de correr tu sino,
permite que te lleve en mi montura,
a jugarme un albur en el potrillo
al que entrego mi suerte satisfecho;
y que grite ¡Santiago! el santiaguero,
que montado en los lomos del «Rosillo»
va conmigo tu insignia en el sombrero
y el amor a tu nombre sobre el pecho.
Estás en el trino de cada mañana,
en la savia nueva de cada retoño
en las pinceladas que sangra el ocaso
y tiñe de rosa tu cimera verde;
en el recto surco que la vista pierde
y el suave soplo que va a la montaña
llevando el aroma de quemada caña.
Estás, Sinaloa, en la trilladora
que surca las olas de vaivén dorado,
dejando la estela convertida en grano.
Y en la diestra mano
que a tu sol candente
las alforjas llenas de copos de nieve;
en la fresca brisa, que acaricia y mueve,
la espiga sazona de tus arrozales.
En el vértice de tu nombre, Sinaloa,
se hermanan mar y tierra,
el valle y la montana;
y el oro mismo que brota de tu entraña
y se esconde en los pliegues de tu sierra,
se une a la riqueza de tu sino
en el arroyo que lava el gambusino.
Te entregas por entero en el trabajo honrado,
en la mina, el chinchorro y el arado;
y tu sudor le da a la sementera
la vida con que crecen tus cultivos,
que se cuajan de rica pedrería
y en tentadoras cosechas de granates,
exportas, luego, en cajas de tomates.
Te das para el descanso en la enramada
tejida de oloroso batamote,
en abanico natural de albahaca,
en apacible ondulación de hamaca
o campirano lecho de petate;
en el agua que apaga la fatiga
y se toma a traguitos en jumate.
Y tienes como ofrenda las primicias
de carne «popozahue» de guayaba,
de agridulces caricias de ciruelos
con besos sangrantes de pitahaya;
y en regalo a todos los anhelos,
haces volver a ti las almas todas,
si te das hechizada en los veneros
de los senos fecundos del Humaya.
Tu vestido norteño y campesino,
se adorna en floración polícroma
de amapas,
con plateados destellos de luceros
en el encaje azul de tus esteros,
con los verdes hilvanes de pericos
y olanes de espuma marinera,
que se unen al festón de tu pradera
en bordados galanamente ricos.
Y llevas en el pecho ejidatario,
con noble orgullo y con pasión creadora,
de la lucha social por ti iniciada,
la cruz de tus cananas redentoras
que luces como laico escapulario.
En notas de tambora, Sinaloa,
se desgrana estridente tu alegría;
tambora que llora con tono sentido
al triste reclamo del «Niño Perdido»
y evoca el recuerdo de un pérfido amor
con lamentáciones de «Ingrato dolor».
Tambora sonora que en el alma grita,
entre los requiebros de la «India Bonita»
y estalla en querella de cualquier fandango,
si al reto del «Toro», le contesta «El Guango».
Tomado de; Presagio, Revista de Sinaloa; número 7, páginas 14-15.
